Celebraciones y homenajes

 

A la Profesora Carmen Rey

Porque sé que te vas

y me consta que tú

querrás seguir explicando Geografía

y haciendo metodologías de la Historia.

Porque sabemos que te quedan singladuras

y periplos de paisajes y climas,

que un Borbón se te quedó en el tintero

o aquel ministerio mal sabido.

Que aun tienes que decirnos

no sé qué del Caurel con el Pío Pájaro,

de Oribio, Lorenzana y el Gistral...,

Serra da Loba, Coba da Serpe y Faro...

Porque sabemos que no has pensado

ni remotamente en la idea de marcharte

porque te quedan cosas que decirnos,

porque..., después de los exámenes,

te quedarán dos temas que explicar...

...Y sabemos que, sin darte cuenta, una mañana,

como llegan las cosas importantes,

te caerá como un golpe de agua fría

la saudades del aula.

Porque sabemos todo eso,

queremos que esta tinta, aun húmeda,

de par en par abierta a todas las ventanas,

recoja el susurro de nuestra admiración,

airiños de la rosa de los vientos.

Y sea nuestro homenaje

de reencuentro más que de despedida.

Comentarás en magnas aulas del recuerdo

con alumnos de todas las caras,

tantas cosas que tienes que decirnos...

"...O tempo pasóu rápido; á centela

tal vez máis lentamente ó espaço inmenso

atravesa ó caer, qu'eles, os anos,

pra min correron..."

Y en nuestro recuerdo queda un gesto,

un breve diálogo,

o quizá una apreciación genial de esta profesora

que quemó toda su vida en el anonimato

de una clase de Geografía.

1976

 

 

A María Agustina

 

¿Adónde te reclaman ahora la voz perdida?

¿Adónde esa cháchara de balbucientes sonidos,

de minúsculos murmullos

y tibios tintineos inmóviles

de peces dormidos

en interminable procesión genésica

que balbuciente se evade?

¿Adónde ese caballo sin brida

adornado con un brial entre sueños...?

Hay como susurros,

como tímidos latidos,

como volcanes bajo esa tierra que pisas

y que apenas conoces,

como ese corazón que amas

y siempre te deja con la miel en los labios,

con un poderoso deseo insaciable.

No somos nada. Somos

saetas sin regreso

en el aire.

¿Adónde está Dios? ¿Y dónde

está nuestro futuro?

Tenemos las palabras pero estamos sin versos.

Sólo un instante

tocó el dardo tu pecho

y tú sigues y sigues,

como un loco, repitiendo la misma canción ya sin descanso.

Otra vez enfangado con los versos,

caracoleándote en una maraña de sonidos,

una y otra vez en tu obsesionado insomnio.

Pero un poema nace como una lágrima,

lo mismo que una gota de agua cae de una nube

o como una madre besa a su hijo.

Un poema es la vida que pasa,

desesperadamente, arañando el corazón

cuando nadie te tiende una mano

para atravesar el abismo,

ese abismo que hay entre una

mirada y otra mirada.

 1976

 

 

A José Luis Molina

1.    Antes del parto

Cuando tu cuerpo era

un montón de carne viviente,

pura niñez desparramada

y tus ojos vértigo todavía.

y tu pecho una llanura de nieve...

Cuando tu valle, virgen,

sólo era límite y pensil en el tiempo,

y fluian cataratas del volcán de tu alma,

que estallaban en risa de pájaros...

yo ya te conocía.

Pero te hiciste más hermosa

cuando tu pecho y tu vientre se ondularon

contorneándose con sedosas durezas.

Y se pobló tu valle de suave celosía

y tu vientre engendró trepidaciones

desafiando tu primera hermosura.

Ya cabe el Universo en tu regazo

y es un manantial de silencio tu boca

y se infla, de que sea niño o niña, tu esperanza

como tu fino vientre se infla.

A tu alrededor se disputan el nombre

esos chorros de vejez arrugada,

desafiando su muerte,

haciendo, ya, caricias por el aire.

¡Qué hermosa estás, mujer,

cuando tu vientre apenas se dilata

y tu esperanza de que sea niña o niño

trenza ya nerviaciones...,

cuando todo se espera, se desea casi en vilo,

y cuando muchos sueños cuelgan, blancos aún,

en esa cósmica armonía vibrante!

2.    El poeta y su tierra

Fui sembrado en el polvo de la era

con el sudor mugriento de un huertano.

He nacido en otoño como el grano

y acunado en la parda sementera

Fue mi niñez un seco Sangonera,

una tierra, mi carne, de secano.

Busqué en mi sequedad, todo fue en vano,

un poco de frescor de primavera.

Porque llevo la sangre envenenada

del polvoriento valle en que he nacido.

¡Vega del Sangonera desolada!,

a ti te canto todo dolorido

al verte eternamente sepultada

en la maldita fosa del olvido.

3.    Y tres

     Con intermitencias retornas a tu obsesionado insomnio, a lo que pudo ser un libro. Reflexionas sobre esa pasión que pudo convertirse en palabras cuando el poeta estaba en ti. Ahora te limitas simplemente a vivir. Porque esperas el segundo hijo ya en el vientre de tu mujer. Y, además, no sabes inventar otras historias.

     Pero, cuando regresas y pisas otra vez tu tierra, sientes el mismo escalofrío de siempre; esa obsesión de encontrar tus raíces en el polvo compacto, como una desazón que agudiza los latidos hasta estallar en torbellino. Te vuelven los mismos nombres y los mismos presagios, y una desbocada furia innombrable recorre tu osamenta, para dejar al poeta con su inutilidad de palabras queriendo ordenar el caos de siempre. Aquellos sueños de alfarero, en una tierra sin agua, que en los años de tu niñez modelabas cuando padre te contaba historias de la guerra, emergen con tu voz de paloma herida, dejándote un canto roto en la garganta.

Septiembre de 1982

 

 

A Manuela Gómez Rodríguez

 

Bastantes veces, no sin cierta ironía,

hablábamos de hacerte, a la manera de los dioses,

una estatua en la puerta del Colegio,

por aquello de perpetuar tu presencia entre nosotros.

Y nos imaginábamos el homenaje de la despedida,

pienso que un poco estrafalario,

como tributo a la honradez:

tú, ya curvada de cintura hacia arriba,

tembloroso el discurso entre las manos

y con un semblante emocionado, pero seria,

queriendo pronunciar, con voz entrecortada,

las palabras que el acto

y el protocolo requerían,

mientras que te limpiabas, disimuladamente,

alguna lágrima furtiva.

Pero "no mármol, no de reyes áureos monumentos

sobrevivirán a esta poderosa rima"

que evoca aquellos días,

ya diluidos por el paso del tiempo,

que estabas con nosotros

y que, aunque no lo creamos, también fuimos felices.

Cómo no recordar tu agitada energía

a punto de explotar

y de desparramarse,

queriendo atemperarla

con la indolencia (o, tal vez, sólo rictus)

que me caracteriza.

Cómo no celebrar aquella sofocada presencia

después de haber llegado al último escalón

mientras tomabas aire

y yo, en mi despropósito,

"Manuela, es que estás vieja", te decía

queriendo impacientarte.

Cómo voy a iniciar,

con qué pretexto me voy a poner a preparar la fiesta de este año

si eras tú quien hacía las empanadas

(Pero ya no vas por los pasillos

y, además, el susto que nos diste

nada más terminar las vacaciones).

Y, para colmo (supongo que te habrás enterado

que anda un poco revuelto el personal)

vas y me dejas tu plaza en propiedad

y me entregas, como quien no quiere la cosa,

también a tus últimos alumnos.

Has sido un poco todo:

hermana, madre, abuela...,

y en los últimos años, compañera de viaje.

Pero, de pronto, no estás físicamente

y se ha quedado mudo el ajetreo de la clase,

aunque suene todavía el eco de tus palabras

con ese palpitar que dejan las ausencias.

No se te tiene en cuenta en las pogramaciones

ni se te incluye en el listado de los no cafeteros

para que no te cobren la mensualidad.

Y nos quedamos predispuestos,

como una casa despoblada,

a que se llene el corazón de frío,

ahora que los olivos

presagian el invierno.

23 de noviembre de 1994

 

 

A mi madre

Desde mi dolorosa soledad

te llegas sonriente

y me envuelves en atmósfera viva,

en oasis de besos,

en dulce mirada,

en calurosa mirada,

en una mirada embriagadora

y sonriente catarata de alegría.

Te llegas a mí

porque vas en mi pecho

como yo en el regazo suave

de tu abombado vientre

antes de nacer,

cuando sólo tú y yo nos conocíamos,

y desde fuera me acariciabas

con tus manos de niña

y desde dentro sólo hablabas conmigo,

y yo en tu carne te respondía

a cada instante,

y respiraba con tu boca,

y eras mi único universo imaginable.

Te llegas a mí

por un nácar abierto

de ininterrumpida fluidez

y de frescas estalactitas transpirables.

En la risa nos conocemos

y nos fundimos en la risa

sin rechazo ni estela,

suavemente,

como la flecha en el aire.

En diáfana transparencia.

te llegas a mí,

a mi dolorosa soledad,

en la soledad de mi noche,

escuchando el acompasado latir de mi pecho

y la animalidad de mis instintos desbocados

y la mudez testaruda de hombre salvaje.

Te llegas

y se hace todo luz

en ese íntimo rincón que tú desvelas

como la claridad de la aurora.

Mayo de 1998