Preludios

Versión 6@eralucana.es

 

(Ochocientas sesenta y nueve palabras, algunas de amor)

I.    A LA PINTURA                                                           (Agua marina)

 

 

Sobre la chimenea, una lámina enmarcada de una marina  de Turner da pátina de bruma, inglesa, al paisaje que, noventa grados dirección sudeste, recorta, en el justo medio del alféizar, la cuerda ondulada de Almenara.

En esa dirección, puedes imaginar al alijero que, desde la marina de Calnegre camino de Cotes, por Ifre, vuelve con sus  mulas cargadas, seguido, a discreta distancia, por la mirada del carabinero de turno.

(Acotaciones, ad hoc, de los primeros lectores) 

De la misma manera

que tú, con los pinceles,

pones en orden lo que te dicta el corazón.

O igual que puedes sonreír

y llevarte en los ojos la vida por delante;

y con un gesto tuyo

poner color en donde sólo había tristeza.

De la misma manera

que un instante

se hace una eternidad

y no importa de qué estemos hablando:

tú te derramas como quieres...

(Me gustaría ser dios

para ponerle verde a tanto erial

y borrar la tristeza que me empapa la piel

y llena de mariposas amarillas el aire;

y para no caer,

venciendo la  distancia,

en pasto del olvido,

de la misma manera.

Y

         volar

                      con

                                  el

                                               viento)

II.    CUADERNO DE BITÁCORA  (De regreso a Ítaca: fragmentos)

Mi mujer y yo somos una pareja bien avenida. Tenemos dos hijos que son estupendos, según ella, algo que yo también comparto; y bastantes amigos comunes. Llevamos casados más de treinta años y lo pasamos bien juntos. Cosa no siempre fácil. Ana me suele explicar con palabras lo que no me dice con caricias. Y yo, menos locuaz, le digo con caricias lo que no sé decirle con palabras. Juntos hemos plantado casi todos los árboles del huerto. Y, sin gustarnos los perros, aceptamos de buena gana al primer Bongo, el pastor alemán que cuidaba nuestro hijo menor, y a Jimmy, el trozo de perro que nuestro hijo mayor sacó de las ruedas de un camión, y que desde entonces, ya iba para tres años, era su talismán.

Sabemos que es difícil vivir en armonía tanto tiempo. Por eso, cuando discutimos, hecho que en la familia sucede a diario, uno de los dos cede el primero; o algún rasgo inteligente o algún detalle de humor sale en nuestra ayuda. Y cuando la fragilidad se hace más evidente, en el desasosiego de los amaneceres, Ana restaura, como puede, el ansia y el ofuscamiento que impregnan mi cuerpo. Hemos llorado juntos muchas veces y muchas veces también hemos reído juntos.

Cuando salíamos de viaje, lo hacíamos en equipo. Nosotros utilizábamos el iglú-4000 y los hijos, la tienda más pequeña. Presentíamos que aquello no iba a durar toda la vida. Y que los besos, si no se dan hoy, ¿dónde estarán mañana? Por eso, muchas veces en mi vida, repito en voz alta: carpe diem.

Ana, casi siempre, tiene la delicadeza de mirarme con sus hermosos ojos azules e, incluso, yo llego a insinuar una caricia. Tenemos mucha suerte con eso de estar vivos.

III.    EN ALTA MAR

Va para tres semanas la partida.

El corazón, estremecido, vuela:

buscando tu figura se desvela

en la antesala de la amanecida.

Se me clavan tus ojos sin medida,

cervatillos mellizos de gacela.

Cuanto más disimulo, más anhela

la risa de tu frente esclarecida.

Se me olvidó decirte que te quiero

y me brota la sangre alborotada

y la razón me dice: ¡No hay derecho!

Pero en vano contengo este reguero 

de nostalgias, que inundan la almohada,

ni el escozor de abejas de mi pecho.

IV.    LOS RESTOS DEL NAUFRAGIO

Cuando en la amanecida te requiere mi cuerpo

buscando con las manos la oquedad de tu vientre

y sólo toca,

llenándola de besos,

la oquedad de tu ausencia en la almohada

y solo rememora,

inútilmente procuro con palabras

delimitarla en el vacío; a la manera

como la caracola

moldea, pliegue a pliegue en la piedra,

su presencia                                                             

para inmortalizarse                                                 

y su fósil delata

ahora, en el no ser habiendo sido,

su última tentativa.

(Era mayo. El amor

llenó de fuego nuestros cuerpos.

Y yo apagaba la sed en el brasero de tu boca

y el mirlo acunaba primaveras

en la cima dorada del naranjo.

Y fuimos fango, limo,

frenesí de alfarero, simetría.

Y hasta después del arrebato,

me ungiste de ternura).

Pero ya todo es humo

en este otoño de membrillos,

y me siento

como una casa despoblada en invierno.

Y no quiero llenar mi corazón de frío

para, definitivamente,

que anide la tristeza.    

V.    AVISO PARA NAVEGANTES

Si no es amistad, ¿qué otro sentimiento te ha empujado a dejar tu oficio de pudoroso lector solitario y acceder a esto de ir poniendo palabras unas a continuación de otras? Algo de diabólico hay al pensar que tus nuevos lectores irán deslizando el ratón suavemente mientras sus sueños marineros les alejan cada vez más de Ítaca, que es el final de todo viaje.

No obstante, pones a salvo una copia imperfecta del manuscrito, para que los historiadores y críticos locales puedan continuar con su encomiable labor en favor de la cultura y el progreso.

Puede que el motivo fundamental que te lanza al ciberespacio sea un acto de amor, engendrado en ese lugar donde la espalda y el corazón se dan la mano, y donde se pliegan, cuerpo con cuerpo, sin saber qué decirse.

Si no es amor, ¿qué otra insensatez te mueve ahora, en el Otoño de las rosas, para dejar puerto seguro y navegar con la zozobra de lo desconocido?