Versión 6@eralucana.es
(Ochocientas sesenta y nueve palabras, algunas de amor)
I. A LA PINTURA (Agua marina)
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Sobre la chimenea, una lámina enmarcada de una marina de Turner da pátina de bruma, inglesa, al paisaje que, noventa grados dirección sudeste, recorta, en el justo medio del alféizar, la cuerda ondulada de Almenara. En esa dirección, puedes imaginar al alijero que, desde la marina de Calnegre camino de Cotes, por Ifre, vuelve con sus mulas cargadas, seguido, a discreta distancia, por la mirada del carabinero de turno. (Acotaciones, ad hoc, de los primeros lectores) |
que tú, con los pinceles,
pones en orden lo que te dicta el corazón.
O igual que puedes sonreír
y llevarte en los ojos la vida por delante;
y con un gesto tuyo
poner color en donde sólo había tristeza.
que un instante
se hace una eternidad
y no importa de qué estemos hablando:
tú te derramas como quieres...
(Me gustaría ser dios
para ponerle verde a tanto erial
y borrar la tristeza que me empapa la piel
y llena de mariposas amarillas el aire;
y para no caer,
venciendo la distancia,
en pasto del olvido,
de la misma manera.
volar
con
el
viento)
II. CUADERNO DE BITÁCORA (De regreso a Ítaca: fragmentos)
III. EN ALTA MAR
Va para tres semanas la partida.
El corazón, estremecido, vuela:
buscando tu figura se desvela
en la antesala de la amanecida.
Se me clavan tus ojos sin medida,
cervatillos mellizos de gacela.
la risa de tu frente esclarecida.
y me brota la sangre alborotada
Pero en vano contengo este reguero
de nostalgias, que inundan la almohada,
ni el escozor de abejas de mi pecho.
Cuando en la amanecida te requiere mi cuerpo
buscando con las manos la oquedad de tu vientre
y sólo toca,
llenándola de besos,
la oquedad de tu ausencia en la almohada
y solo rememora,
inútilmente procuro con palabras
delimitarla en el vacío; a la manera
como la caracola
moldea, pliegue a pliegue en la piedra,
su presencia
para inmortalizarse
y su fósil delata
ahora, en el no ser habiendo sido,
su última tentativa.
(Era mayo. El amor
llenó de fuego nuestros cuerpos.
Y yo apagaba la sed en el brasero de tu boca
y el mirlo acunaba primaveras
en la cima dorada del naranjo.
Y fuimos fango, limo,
frenesí de alfarero, simetría.
Y hasta después del arrebato,
me ungiste de ternura).
Pero ya todo es humo
en este otoño de membrillos,
y me siento
como una casa despoblada en invierno.
Y no quiero llenar mi corazón de frío
para, definitivamente,
que anide la tristeza.
V. AVISO PARA NAVEGANTES
Si no es amistad, ¿qué otro sentimiento te ha empujado a dejar tu oficio de pudoroso lector solitario y acceder a esto de ir poniendo palabras unas a continuación de otras? Algo de diabólico hay al pensar que tus nuevos lectores irán deslizando el ratón suavemente mientras sus sueños marineros les alejan cada vez más de Ítaca, que es el final de todo viaje.
No obstante, pones a salvo una copia imperfecta del manuscrito, para que los historiadores y críticos locales puedan continuar con su encomiable labor en favor de la cultura y el progreso.
Puede que el motivo fundamental que te lanza al ciberespacio sea un acto de amor, engendrado en ese lugar donde la espalda y el corazón se dan la mano, y donde se pliegan, cuerpo con cuerpo, sin saber qué decirse.
Si no es amor, ¿qué otra insensatez te mueve ahora, en el Otoño de las rosas, para dejar puerto seguro y navegar con la zozobra de lo desconocido?